Toqué el paisaje y sus heridas
hicieron caso omiso de mis palmas,
volví a tocar más suave
y de su tacto
tan sólo permanece la zalema.
Como hueso el olivo
y carne veterana los tractores,
un poema de infancia se me escribe en la frente.
No puedo
hablar de longitud
ni sentir la vergüenza original
del campo al penetrarse de hierro los caminos.
Un niño en bicicleta no debiera saber
por qué los jornaleros llevan sueltos los ojos,
un hombre a estas alturas
no tendría que hablar sin perder los papeles.